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lunes, 2 de mayo de 2011

Historias

El señor del rebozo
A mediados del Siglo XVI funcionaba ya como convento Dominico, el edificio situado a espaldas del que fuera templo de Santa Catalina de Siena, ubicado en la calle de nombre hoy República Argentina, en la ciudad deGuadalajara, Jalisco. Fundado por ayuda pecuniaria de tres mujeres sumamente religiosas y ricas conocidas por “Las Felipas”, este convento recibía la ayuda de casas y encomiendas y rentas producto de una especie de fideicomiso de estas Felipas y así comenzó a recibir monjas que se acogían a la advocación de Santa Catalina de Siena.
En el Templo que, como se dice y se sabe, daba a la hoy calle República Argentina de nuestra Guadalajara, estaba entrando a la derecha, un Cristo de madera, esculpido por anónimo escultor, uno de tantos imagineros que dejó para siempre su arte religioso sin que se recuerde su nombre. Era un Cristo de mirada triste, de palidez mortal, con grandes llagas sangrantes y una corona de espinas cuyas puntas parecían clavarse en la carne, la madera que asimismo escurría sangre. Daba lástima esta triste figura del Señor colocada a la entrada del templo, con su cuerpo llagado, flácido y apenas cubierto con un trozo de túnica morada.
Tal vez este triste aspecto del Cristo cargando la Cruz fue lo que motivó a una monja que llegó como novicia bajo el nombre de Severa de Gracida y Alvarez y que más tarde adoptara al profesar, el de Sor Severa de Santo Domingo. Pues bien esta monja, cada vez que iba a misa al templo de Santa Catalina, se detenía para murmurar un par de oraciones al Señor cargado con tan pesada cruz al grado de que cada día lo advertía más agobiado, más triste, más sangrante.
Pasaban los años y a medida que la monja Sor Severa de Santo Domingo solía pasar más tiempo ante el Cristo, mayor era su devoción, mayor su pena y más grande la fe que profesaba al hijo de Dios.
Así pasaron los años, treinta y dos para ser más exactos, la monja se hizo vieja, enferma, cansada, pero no por eso declinó en su adoración por el Señor de la Cruz a cuestas, sino que aumentó a tal grado de que lo llamaba desde su celda en donde había caído enferma de enfermedad y de vejez.
Una noche ululaba el viento, se metía por las rendijas, por el portillo sin vidrio ni madera, calaba hasta los huesos viejos y cansados de la monja. El aire azotaba la lluvia y la noche se hacía insoportable.
-!Jesús.. Cristo mío! -gritó la monja con voz casi inaudible, pero llena de dolor, tratando de abandonar su lecho de enferma-, dejádme que cubra vuestro enjuto y aterido cuerpo… venid a mi señor, y mostráos ante esta pecadora que sólo ha sabido amarte y adorarte en religiosa reverencia.
Arreció el vendaval…
Y lo insólito de esta historia ocurrió entonces. Llamaron quedamente a la puerta de la celda de la enferma monja y ésta con muchos trabajos se levantó y abrió, para encontrarse ante la figura triste de un mendigo, casi desnudo, que parecía implorar pan y abrigo.
La monja tomó un mendrugo, un trozo de la hogaza que no había tocado y le ofreció el pan mojado en aceite, agua y sacando de su ropero un chal, un rebozo de lana, cubrió el aterido cuerpo del mendigo.
Terminado de hacer esto, el cuerpo de la monja se estremeció, lanzó un profundo suspiro y falleció.
Al día siguiente hallaron su cuerpo yerto, pero oloroso a santidad, a rosas, con una beatífica sonrisa en su rostro marchitado por los años y la enfermedad.
Y allá en el templo de Santa Catalina de Siena, cubriendo el enjuto y sangrante cuerpo del Señor con la cruz a cuestas, el rebozo o chal de la vieja monja.
Desde entonces y considerado esto como un milagro, un acto inexplicable, las religiosas y los fieles bautizaron a esta imagen como “El Señor del Rebozo” y este cristo estuvo muchos años expuesto a la veneración de los feligreses, hasta la exclaustración de las monjas y cuando el gobierno cedió este hermoso y legendario templo, primero para templo protestante y después para biblioteca.


Los milagros de la virgen de Zapopan
Ya se vivía en el año de 1541 y los indígenas de Nueva Galicia se levantaron contra los españoles; la Villa de Guadalajara, casi fue aniquilada.De ahí surgió otra leyenda que a la fecha se mantiene como tradición….. al llegar al punto culminante de la batalla. Los resultados parecían dudosos y un fraile franciscano izó un pequeño estandarte con la imagen de una virgen hecha de mazorca de maíz.
Los españoles ganaron la batalla y atribuyeron el milagro a la virgen, que ahora es venerada como Nuestra Señora de Zapopan.Tres siglos mas tarde cuando los insurgentes se levantaron contra los españoles, los tapatíos invocaron su ayuda y la Virgen de Zapopan fue nombrada general del ejercito de Jalisco. Hoy la imagen porta un bastón dorado de rango militar.Por cédula del 20 de noviembre de 1797, su majestad Carlos IV concedió el pueblo de la San Juan de los Lagos privilegio de feria durante quince días consecutivos.
Desde entonces, se celebra año tras año una feria en honor de la San Juanita Milagrosa, como la llaman con devoción y cariño los lugareños.
En Guadalajara, en una choza de adobe vivía Ana Lucia, quien amaba entrañablemente a la virgen a la que vestía y adornaba rústicamente con las ropas que le regalaban sus vecinos. Cierto día, paso por ahí un juglar que se ganaba la vida arrojando un filoso cuchillo para clavarlo en un árbol, al lado de la cabeza de su hija.
Ana Lucia presencio la ocasión en que erró el lance, clavo el puñal en el cuello de la joven y esta se cayo exánime; corrió Ana Lucia por la virgen y la puso en el pecho de la joven mientras rogaba por su salvación. Ante caras asombradas, la joven volvió a la vida.
Así comenzó la fama de esta virgen venerada por millones de peregrinos que en aquella época, para verla arriesgaban el paso por el camino real donde merodeaban los salteadores.
A partir del milagro, cobro tal fama que el 30 de noviembre de 1732 el Obispo don Nicolás Gómez de Cervantes puso la primera piedra de lo que hoy es la parroquia de San Juan de los Lagos.